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Sobre la omnipotencia cultural de los gatos en Japón

Actualizado: 25 sept




Para cualquiera que observe un rato el mundo en el que vivimos, es evidente que los gatos son criaturas importantes para los humanos, y se han vuelto cada vez más populares: los vemos en videos y memes en redes sociales, estampados en bolsos y calcetines, e incluso en lugares especiales donde uno puede sentarse a acariciarlos o contemplarlos mientras se toma un café. Yo misma escribo estas palabras con las uñas de un gato clavándose cuidadosamente en mi muslo a través de mis jeans, quizá como un recordatorio de que él no es mi compañía, sino al revés.

Pero quienes tenemos algún interés por la cultura japonesa, sabemos lo importantes que son estos pequeños felinos en Japón, donde no solo literalmente abundan en número (casi nueve millones), sino también, en la mitología y la literatura. Entre 1905 y 1906, durante la era Meiji, Natsume Sōseki publicó Soy un gato, novela ícono de la literatura japonesa, justo en el momento en que Japón comenzaba a abrirse a Occidente. «Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre. No sé dónde nací». Se trata sobre las aventuras de un felino un tanto altivo y desdeñoso que convive con miembros humanos de la clase media tokiota de inicios del siglo veinte. No solo esta novela emblemática de su cultura está narrada por un gato, sino también, celebran su propio día del gato, y tienen once islas donde viven más gatos que personas, como Tajiroshima, donde viven cincuenta personas que alimentan a más de cien gatos, o la minúscula Aoshima, donde conviven más de doscientos gatos y menos de diez humanos.


En los 1,7 kilómetros cuadrados de Aoshima, conviven cientos de gatos junto a un puñado de humanos encargados de alimentarlos. Fuente: Europapress.


La mayoría de las fuentes coinciden en que los gatos comunes fueron introducidos en Japón en el siglo VI, al mismo tiempo que el budismo. Los antepasados directos del gato provienen de Oriente Medio y fueron domesticados en Egipto durante el tercer milenio a.C., donde por siglos fueron tratados como divinidades. Como cazaban serpientes y roedores, mantenían seguras las casas y las cosechas de trigo, el alimento base de la economía. Lo más probable es que la especie se haya extendido primero por Europa y luego hacia China, por las redes de comercio, para llegar finalmente a Japón. Fue por la destreza felina para mantener a los ratones y otras plagas alejadas tanto de las cosechas como de los textos sagrados budistas, que los japoneses también comenzaron a venerarlos. La costumbre de adoptar gatos domésticos se inició entre los nobles, que los recibían como caros obsequios del extranjero. El primer felino con nombre propio en la historia de Japón aparece alrededor del año 999, en el período Heian, cuando al emperador Ichijō le regalaron una gata por su cumpleaños. Se llamaba Myobu no Otodo, que significa Primera Dama del Palacio Interior, y usaba un collar rojo. Según el relato de la cortesana Sei Shōnagon en El libro de la almohada, este emperador quería tanto a sus gatos que llegó a darles puestos en la corte y recibían trato de nobleza.

Las leyendas sobre los gatos son parte fundamental de la historia y tradición oral japonesas, y están ligadas a la espiritualidad y la religión. En diversos puntos del archipiélago se cuentan historias locales de monstruos con formas de gato y templos erigidos en honor a felinos. Una de las más difundidas es la del origen del amuleto Maneki-neko o gato de la fortuna (el que levanta la patita una y otra vez), que tiene lugar en el templo budista Gotokuji, ubicado en el barrio Setagaya, al oeste de Tokio. Si bien existen varias versiones, la más conocida data del periodo Edo, es decir, del siglo XVIII. Se cuenta que un samurái llamado Ii Naotaka iba pasando cerca del templo durante una tormenta, cuando vio un gato blanco agitando su pata en lo que interpretó como una señal de saludo. Intrigado, Naotaka siguió al gato hasta dentro del templo, y así se salvó de ser alcanzado por un rayo. Agradecido por la protección del gato, Naotaka se convirtió en un benefactor del templo y ayudó a restaurarlo. Hoy, a lo largo del camino al templo y en varias partes del mismo se pueden ver más de diez mil estatuillas del Maneki-neko. La costumbre es adquirir una en la recepción del santuario, escribir un deseo en la figura y dejarla allí para que el deseo se cumpla.


El templo Gotokuji se ha convertido en un lugar imperdible para los turistas amantes de los gatos. Fuente: The Gate.


Al igual que en la religión, los gatos han estado presentes en manifestaciones artísticas de distintas épocas en Japón, desde los dibujos chōju-giga, considerados los antecesores del manga, hasta los anime de nuestra infancia (Sailor Moon, Doraemon). Se le atribuye al sacerdote budista Toba Sōjō el dibujo más antiguo de un gato en Japón, justamente en un pergamino chōju-giga del siglo XII. Algunas historias dicen que en algún momento los japoneses consintieron tanto a sus gatos que estos dejaron de cumplir sus funciones de exterminadores de plagas, y entonces, la gente debía dibujar gatos en las paredes de sus casas para ahuyentar a los ratones. No pude confirmar la certeza de estos cuentos, pero sí existe envidencia de obras de arte muy populares protagonizadas por gatos: las xilografías clásicas ukiyo-e del periodo Edo (entre el siglo XVII y el XVIII), especialmente las de Utagawa Hiroshige y Utagawa Kuniyoshi. Este último grabó y pintó un gran número de gatos en distintas interpretaciones: en forma de caracteres kana, antropomorfos con ropas humanas, y en situaciones cotidianas, jugando con niños y robando pescado. Cuando el artista alcanzó el nivel de maestro, trabajaba junto a sus discípulos en un taller donde era frecuente ver gatos, incluso el mismo Kuniyoshi tenía la costumbre de pintar con uno dentro del kimono. Muchos de los gatos representados por estos artistas son «colicortos», ya que esta es una raza común en Japón: el bobtail japonés, cuyo origen es incierto, pero se cree que llegó al continente asiático hace unos mil años. Esta raza de gato está íntimamente relacionada con el folclore japonés, en particular, con la leyenda del bakeneko.


El chōju-giga, «caricaturas de animales», fue popular en el siglo XIII y se considera el arte que antecedió al manga. Fuente: Facsimile Finder.

En honor a la serie de grabados Las 53 estaciones de Tokaido del maestro Utagawa Hiroshige, Utagawa Kinoyushi hizo su propia versión, pero con gatos. Cada uno de los 53 felinos representa una de las estaciones que conectaban Edo (actual Tokio) con la entonces capital imperial, Kioto. La mayoría de ellos ostentan una cola corta, pues la raza más común en el Japón del siglo XVIII era la bobtail. Fuente: Japón no Koyan.


Bakeneko, literalmente «gato monstruo», es un gato de habilidades sobrenaturales. Los relatos sobre esta criatura se volvieron populares también durante el período Edo, cuando las lámparas funcionaban con aceite de pescado. Los gatos, contra cualquier autoridad, acostumbraban pararse en dos patas para lamer el aceite. Es muy posible que la visión de un gato en esa posición sobre una lámpara formara sombras que exageraban sus proporciones, lo que debe haber sido una imagen inquietante para un humano y, también, alimento para todo tipo de historias fantásticas, que estaban en pleno auge. Podía considerarse bakeneko un gato de cola larga, uno que viviera más de trece años, o que llegara a un kan de peso (3.75 kilos). Por estas razones, era común que se les cortara la cola o que se abandonara a los gatos mayores o que crecieran mucho. Más adelante se representaría al bakeneko como un yokai (espectro) de más de cien años de edad, con la cola larga, que bajo la inocente apariencia de un gato común, era capaz de devorar humanos y suplantar su identidad.


Kuniyoshi también fue uno de los artistas del ukiyo-e que representaron al bakeneko durante el siglo XVIII. Esta es una ilustración de la leyenda de la Bruja Gato de Okabe (1835). Fuente: The Cuddlywump Cats Chronicles.


Estos relatos de terror, para mí, son un claro indicio de miedo devocional. No solo los gatos son venerados en Japón, también lo son los ciervos, los zorros y ciertos tipos de peces. Pero el gato tiene una forma de comportarse, de moverse y de comunicarse con el humano que marcan la pauta en la forma en que nos vinculamos. Un gato que se enrosca sobre sí mismo para dormir, o que ronronea sobre tu pecho, es una imagen idílica: si el gato decide dormir en el regazo de la humana, las ganas de ir al baño de la humana pueden esperar. Un gato que despedaza ágilmente un pájaro es una imagen igual de emocionante, pero en otro sentido: duele, y para mí se siente, de alguna forma, incorrecta. Pero lo que está en su naturaleza no es incorrecto, solo es lo que es. Pienso en el gato de Sōseki, un sabelotodo que analiza a la humanidad con desdén. Luego pienso en Luna, la gata-guardiana-coach de vida de Serena —otro gato que habla—, cuando llama a su protegida a la razón y le recuerda que no puede seguir evadiendo sus responsabilidades de Sailor Moon. Pareciera que tanto el gato de antes como el de más acá supieran cosas que nosotros no, y por eso nos hablan, cuando ellos lo consideran apropiado, y pareciera, también, que en Japón se dieron cuenta de eso hace siglos.

El Día Internacional del Gato se celebra cada 8 de agosto alrededor del mundo, pero algunos países tienen su propio día del gato, entre ellos, por supuesto, Japón, que por votación de los dueños de gatos del Comité Ejecutivo del Día del Gato en 1978, lo celebra cada 22 de febrero. La decisión de la fecha se debe a un juego de palabras: en japonés, la fonética del número 2 suena «ni», pronunciación semejante a la onomatopeya en el mismo idioma «nyan», por lo que el 22 del mes 2, es decir, 2, 2, 2 suena «ni, ni, ni», similar a «nyan, nyan, nyan». La voz del gato tiene ese poder e importancia en un país de gatos que conquistan de a poco los territorios que alguna vez fueron humanos, y que los someten a su tierna voluntad. Me refiero a un sometimiento que uno de cierta forma percibe y consiente, como dejarse engatusar, palabra que significa «engañar, no con ánimo de hacer daño, sino como por burla y entretenimiento». Nos dejamos engatusar por ellos, yo creo que sí. Los gatos dan un poco de miedo porque son impredecibles, tienen colmillos, garras, ojos punzantes. Podrían hacernos daño, si tuvieran la voluntad. No en vano se ha creado tanto mito en torno suyo. Pero no hay que olvidar que todo lo que pensamos de los animales existe porque pensamos en ellos, un poco, como si fueran personas. Que no lo sean forma parte de ese misterio que mantiene la distancia necesaria para que surja la veneración.


En Japón se celebran varias fiestas relacionadas con los gatos. Estas imágenes son de la versión 2017 del festival Kagurazaka Bakeneko, que se celebra todos los años en el barrio tokiota de Kagurazaka. Gente de todas las edades asiste disfrazada y caracterizada como gato para bailar y desfilar durante el día. Fuente: One Man, One Map.


Hoy, el gato se ha consolidado como parte de la cultura pop japonesa —y del mundo, sí, pero ellos llevan la delantera—. Incluso han contribuido de forma significativa a reflotar la economía luego de la pandemia de Covid-19: se estima que, en 2021, la industria en torno a los gatos —alimentación, atención veterinaria y la infinidad de negocios y artículos y de necesidad secundaria— movió 1,9 billones de yenes (alrededor de 14.600 millones de dólares). Los cafés de gatos, los festivales dedicados a los gatos, y la omnipresencia de imágenes y figuras de gatos en todo tipo de productos y publicidad, dejan en evidencia su poder. Creo que el caso más representativo es Hello Kitty, que ha traspasado fronteras y se ha convertido en un ícono kawaii. Lo curioso es que esta gatita, en verdad, es una persona. Lo dijo su propia empresa creadora: Hello Kitty es una niña que vive en un suburbio de Londres, tiene una hermana gemela y una gata de mascota. Otro gato japonés que no es gato. Otra vez, hemos sido engañados.


Fuentes consultadas:


«Bakeneko», Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/Bakeneko.

Imaizumi Tadaaki, «Is it true japanese cats have short tails?», Nipponia, 15 de septiembre de 2003. https://web-japan.org/nipponia/nipponia26/en/animal/animal01.html.

«Historia del gato», Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_del_gato.

«Los muchos gatos de Utagawa Kuniyoshi», Gatos y respeto, 10 de agosto de 2017. https://gatosyrespeto.org/2017/08/10/los-muchos-gatos-de-utagawa-kuniyoshi/.

Fatima Kamata, «Nekonomics, el poder de los gatos en la economía japonesa», BBC News Mundo, 3 de marzo de 2023. https://www.bbc.com/mundo/noticias-64740017.

Itakura Kimie, «Un viaje por Japón para descubrir las leyendas sobre los gatos autóctonos», Nippon.com, 20 de abril de 2021. https://www.nippon.com/es/japan-topics/g01054/.

«La isla de los gatos: así es Aoshima, el territorio de Japón que está dominado por felinos», National Geographic en español, 8 de agosto de 2023. https://www.ngenespanol.com/traveler/la-isla-de-los-gatos-asi-es-aoshima-el-territorio-de-japon-que-esta-dominado-por-felinos/.

Real Academia Española, «Engatusar». https://dle.rae.es/engatusar.

David Sánchez, «Hello Kitty no es gato: Fin de un ícono», El Periódico, 26 de julio de 2024. https://www.elperiodico.com/es/gente/20240726/hello-kitty-no-es-gato-nina-inglesa-dv-105934601.

Sei Shonagon, The pillow book, traducción de Ivan Morris, Penguin Random House, 1982. https://dn720003.ca.archive.org/0/items/the-pillow-book/The Pillow Book.pdf.

Hanya Yanagihara, «¿Why do cats hold such mythic power in Japan?» New York Times, 10 de mayo de 2023. https://www.nytimes.com/2023/05/10/t-magazine/japan-cats-travel.html.



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