Traducción de J.C. Cortés.
Esta mañana un chico pasó al lado de mi casa.
Cuando le dije a mi hermana, Asako, respondió:
—Tonta, sabes que no hay hombres por aquí.
Y tenía razón.
Hace tiempo, la Tierra era poblada solo por mujeres. Vivían en paz hasta que un día cierta mujer dio a luz a un niño como ningún otro: su cuerpo era deforme, era tosco y descuidado en todo lo que hacía, y causó problemas a todo el mundo, tuvo descendencia y después murió. Así fue el advenimiento del hombre. Desde entonces, el número de hombres creció constantemente. Fueron ellos los que inventaron la guerra y las herramientas para llevarla a cabo. Peor aún, comenzaron a juguetear con nociones como revolución, trabajo y arte, desperdiciando su energía en todo tipo de objetivos inexistentes. Incluso tuvieron la audacia de declarar que esta era la característica más grande de la humanidad: una celosa búsqueda de aventura, romance, todas cosas que eran absolutamente inútiles en la vida diaria. Pese a ser adultos, los hombres eran niños, aparentemente complejos pero simples a más no poder: criaturas absolutamente inmanejables.
Las mujeres tenían algo también, algo llamado «amor», pero esto era mucho más concreto. Era cuidar a un bebé que llora, cambiar sus pañales aunque estuvieses exhausta. Era compartir cualquier comida que tuvieses con los seres más débiles a tu cuidado. Pero no con los extraños. Si hacías eso, tú y tu linaje no sobrevivirían.
Como el número de hombres incrementaba, las mujeres tuvieron que vigilar de cerca a cada uno de ellos. Era una tarea onerosa, pero la mayoría de las mujeres parecía entender cómo hacerlo. Debían cuidar el hogar y la familia.
Con el paso de largos años, los hombres llegaron a dominar la sociedad a través de la violencia y la astucia, y después de eso no hicieron otra cosa que la guerra. Parecían encontrar su razón de ser en conflictos tanto grandes como pequeños. La guerra comenzó a vivirse incluso en la vida diaria, y nacieron las «guerras de tráfico» y las «guerras de admisión». Tales términos se volvieron tan comunes que la palabra «guerra» perdió todo significado. Esta situación deplorable era por supuesto culpa de los hombres. Y, cuando las riñas de tráfico y la competencia por entrar a las casas de estudio se pusieron tan mal que nadie podía soportarlo, reemplazaron la palabra «guerra» con «infierno», de donde surgieron expresiones como «infierno de tráfico» y «exámenes infernales».
Las industrias siguieron operando, y la era resonó con himnos de progreso y armonía. Pero entonces, en la segunda mitad del siglo XX, algo extraño pasó: la tasa de natalidad de hombres comenzó a decaer. Esto se debió aparentemente a algo llamado polución. Los hombres que inventaron el motor a vapor probablemente nunca esperaron poner en curso eventos que llevarían al término su propia especie.
En cualquier caso, los hombres se volvieron escasos. Por alguna razón las mujeres habían desarrollado el hábito de encontrar cada una a un hombre en particular para amar, así que se pusieron terriblemente tristes con esto. Sin embargo, el número de hombres continuó disminuyendo.
En estos días, ni siquiera se puede ver a uno a menos que visites la Zona de Ocupación Terminal de Exclusión de Género.
—¿Estás segura de que no estás viendo cosas?
Asako sirvió un poco de té. Mi confianza se evaporó a la luz de su pregunta.
—Quizá. Pero después revisé un libro, y la ropa que llevaba era como la que los chicos usaban a fines del siglo XX. Tenía el pelo corto y vestía pantalones.
—Igual que yo.
Era verdad que Asako llevaba el pelo corto y que tenía un par de pantalones de algodón acampanados.
—O sea, claro, pero sus pantalones eran mucho más apretados y no tan anchos abajo. Y su pecho era plano como una tabla.
—También hay mujeres así, ¿sabes?
—Tenía una onda totalmente diferente. Era de complexión sólida y alto, sus pasos eran duros. Era como… intenso.
—Guau. Bueno, parece que tienes respuestas para todo. Da lo mismo el hecho de que nunca hayas visto a un hombre antes. Cuando me gradué de la escuela fuimos de gira de estudios a la Zona de Ocupación, pero los hombres resultaron ser algo que no me esperaba. Eran desaseados y olían raro, y todos daban escalofríos. Quizá es porque estaban atrapados en ese lugar, pero todos parecían muy flojos. Lo entenderás cuando vayas y los veas. Son terribles. Pero dijiste que revisaste un libro. ¿Dónde encontraste un libro así?
La publicación de material concerniente a los hombres está estrictamente prohibida.
—En la casa de una amiga.
—Ya, ¿y cómo llegó ahí?
—Supongo que su mamá trabaja para la Oficina de Información. Mi amiga tampoco sabe bien. Me abrió la puerta de la biblioteca con una horquilla y dijo que podía leer el libro que quisiera.
—Una pequeña rufiana.
—Había muchas películas también.
—Si eso se supiera, podría traerte serios problemas. Yuko, sé que no lo entiendes de verdad, pero ese tipo de cosas puede llevar a la sociedad al caos. Quiero que recuerdes esto: el orden es lo más importante. Aferrarse a las reglas. Si todas hacemos eso, la humanidad puede evitar la destrucción.
Me dio este sermón dulcemente, como una buena hermana mayor.
Eché un poco de leche en mi té.
—¿Por «humanidad» te refieres a las mujeres?
—Por supuesto. ¿No lo aprendiste en la escuela?
—Sí.
—Bueno, ahí tienes.
—¿Y los hombres?
—Los hombres son hijos de la humanidad también, pero de una cepa desviada. Son monstruos.
—Pero hubo un tiempo en que eran prósperos, ¿o no? No nos enseñan mucho sobre eso en la escuela. Ese tipo de asuntos tabú solo se susurran entre amigas. Hace dos o tres años, alguien publicó en secreto un panfleto llamado Sobre los hombres, y una amiga me lo mostró. Después llegó la policía y se llevaron todas las copias. Las culpables fueron rápidamente atrapadas y puestas en detención.
Los periódicos la llamaron una publicación peligrosa porque «estimulaba la curiosidad».
Mi abuela me dijo que cuando era joven solían repartir el periódico puerta a puerta cada mañana, y que la red de transporte se extendía a cada rincón del país. Incluso ahora una puede ir a ver los gigantescos pilares de concreto que sostenían las autopistas. Aunque nunca se sabe cuándo podrían colapsar, así que es peligroso acercarse demasiado. Fue más o menos al mismo tiempo en que los recursos comenzaron a escasear y que la producción de las industrias se redujera, cuando el número de hombres comenzó a decrecer también. Nos enseñaron que fueron los mismos hombres los que crearon esa cultura horrible. Al final, habían gastado casi todo el petróleo; los depósitos ahora se encuentran vacíos, así que nos mantenemos casi enteramente con la luz del sol. Las mujeres fuimos cuidadosamente abandonadas, cazando los pocos recursos de un planeta totalmente despojado por los hombres.
Al parecer en ese entonces había algo llamado TV en cada casa. Casi no me lo puedo imaginar… todo tipo de programas llegando a ti desde la mañana hasta la noche, a un botón en el control remoto de distancia. ¡Y gratis! Me parece que algo llamado NHK pedía dinero por eso, pero al final ya nadie pagaba. La TV era uno de los grandes placeres de las mujeres. La abuela dice que cuando era niña solía verla todos los días. En ese entonces las chicas y los chicos también estaban inmersos en los exámenes infernales, pero su madre no le daba la lata con la escuela. Mi abuela quería ser cantante. Eso me dijo. Aparentemente, en ese tiempo las cantantes aparecían constantemente en la TV. Y como todas veían la TV, se hacían famosas, y si eras famosa multitudes de gente irían a tus conciertos. Pero no me creo en verdad eso de que todas miraban la TV. La abuela también me dijo que fue realmente triste cuando las estaciones de TV cerraron y cuando dejaron de haber hombres por todos lados.
—Deja de hablar tonterías y vete a la cama… son las ocho, van a cortar la electricidad.
Y así, justo cuando mi hermana dijo esto, la ya pálida ampolleta se volvió oscura. En su fase creciente, la luz de la luna hizo rayas sobre la mesa.
—Mira, la luna está tan grande y roja —dijo Asako—. Mira dónde está.
Nos sentamos juntas, sorbiendo lo último de nuestros tés mientras mirábamos hacia afuera a la luna que colgaba desde el cielo, su color indefinido le daba una apariencia hinchada y esponjosa.
—Me pregunto qué estará haciendo mamá.
Esto era algo de lo que se suponía que nunca teníamos que hablar. Pero mi hermana no me retó. De hecho, intentó consolarme.
—La veremos de nuevo el próximo mes.
—Sí.
Pero nuestras visitas mensuales solo duraban unos diez minutos. Y siempre había una guardia presente, así que nunca podíamos decir lo que realmente pensábamos. Últimamente madre se ha puesto a llorar cada vez que nos despedimos.
—¿Por qué la pusieron en un centro de detención?
—Porque quebrantó la ley —respondió Asako automáticamente. Pero la verdad era que ella no sabía mucho acerca de las circunstancias del arresto. Un día, unas extrañas aparecieron de la nada y se llevaron a nuestra madre. Asako tenía cuatro o cinco años en ese entonces, y pese a ello lo recuerda bastante bien—. Según la abuela, estaba albergando a un individuo peligroso. —Su tono empieza a decaer.
—¿Qué pasó con ese individuo?
—Lo arrestaron, por supuesto, y probablemente lo enviaron a otro lugar lejos. Pero es suficiente bendición que podamos ver a mamá cara a cara, porque estoy segura de que era la policía secreta la que se la llevó.
—¿De verdad existe eso?
—Eso creo… aunque esto es una teoría y no deberías decírsela a nadie.
—Sí sé.
—Pienso que podrían estar conectados de alguna forma con la Oficina de Información, pero mantén eso entre nosotras también.
—Sí, ya entendí.
—En lo que concierne a las demás, nuestra madre está muerta. Si esto sale a la luz, podría trastornar el orden social.
—Está bien.
Pienso que mi hermana es a veces demasiado nerviosa. Quizá es porque se llevaron a mamá cuando era tan pequeña.
—Tampoco me dejarían seguir yendo a trabajar.
Asako es tan buena para regañar. Prendí una vela. Una cosa barata y olorosa, pero era mejor que lo que usaban casi todos nuestros vecinos: mechas sumergidas en grasa animal. Eran humosas y olían terrible. Nosotras habíamos decidido no ser tacañas en lo que se refería a la luz.
—Me voy a acostar. Lavaré los platos en la mañana. —Me paré para irme.
—Está bien, yo los lavo ahora —respondió mi hermana—. Las escaleras están oscuras, mejor lleva la vela contigo.
—Estoy acostumbrada.
Me detuve al pie de las escaleras. Aquí también la luz de la luna entraba por la ventana. Había estado levantada desde temprano y ahora me encontraba exhausta.
Me había despertado alrededor de las cuatro de la mañana, incapaz de soportar el calor sofocante. La pequeña ventana de mi habitación estaba cerrada, así que había ido a abrirla entera. Fue entonces que vi al chico, caminando sobre la calle de abajo. Nadie debía salir y rondar a esa hora, así que lo estudié con cuidado.
En mi habitación en el segundo piso, abrí mi diario bajo el pequeño pedazo de luz lunar. El diario había sido un regalo de la abuela para mi cumpleaños número dieciséis; ya llevaba escribiendo dos años en él.
Tenía la intención de escribir sobre lo que había pasado esa mañana, pero las palabras de mi hermana me habían quitado seguridad. Mi vista es muy buena, pero no seguirá así si sigo escribiendo con la luz de la luna cada noche. Como había decidido no decirle a nadie más sobre el chico, tampoco lo mencionaría en mi diario. Escribí la fecha, me detuve, y luego pensé un momento.
Hoy nuestra profesora nos llevó al teatro. Tenían las luces de la marquesina prendidas incluso durante el día, y me sorprendió lo brillante que era. Nunca había estado en un lugar tan avivado, y muchas cosas eran nuevas para mí. Maki dijo: «he oído que a veces tienen hombres en el escenario. Se dedican a algo llamado boxeo». Y Rei dijo: «No, aquí no. Eso lo hacen en un gimnasio o algo así». Entonces la profesora entró caminando, así que todas nos callamos y la seguimos. La iluminación en el interior era brillante también, era muy hermoso. En el camino de vuelta nos vinimos en un carruaje tirado por caballos.
Asako dice que los carruajes tirados por caballos están por extinguirse también. Ahora que lo pienso, tampoco he visto muchos últimamente. Pero en realidad es un verdadero lujo el hecho de montar cualquier cosa, ya sea un carruaje tirado por caballos o los más comunes automóviles libres de polución. Si no les va a tomar más de una hora, la mayoría de las personas camina. Yo me encontraba literalmente exultante de felicidad por la oportunidad de ir en un carruaje, así que lo puse en mi diario. Asako trabaja en una instalación de investigación energética. Dice que gradualmente están implementando el uso del uranio y el plutonio. Y la tecnología solar se hace cada vez mejor. Pero también dijo algo perturbador acerca de que el sol es «como un racimo de bombas de hidrógeno».
Abrí la ventana y miré hacia el camino de abajo, pero por supuesto no había nadie ahí.
¿Me habían engañado mis ojos esa mañana después de todo?
Me metí en la cama.
Las hojas de los zelkovas susurraban afuera.
Escuché un crujido en las escaleras.
—¿Estás dormida? —preguntó mi hermana desde afuera.
—Eeeh…
Mi respuesta no comprometedora se oyó afuera como un quejido.
—Me entendiste, ¿verdad? No le digas a nadie lo que me dijiste —Asako bajó su voz incluso más.
—Sí, entiendo —respondí con voz soñolienta.
—No puedes ir por ahí diciéndole a la gente que viste un chico.
Suficiente.
—No te preocupes por eso.
Podía imaginarme a Asako parada al final de las escaleras con la vela prendida. Se quedó en silencio un rato. Supongo que seguía pensando. O quizá se suponía que era uno de esos silencios significativos.
—… ya. Okey, buenas noches entonces.
Finalmente se fue a su pieza.
—Buenas —murmuré secamente (aunque no creo que me haya escuchado) y tiré de las tapas hasta mi pecho. Siempre me quedo acostada sobre la cama por dos o tres horas antes de quedarme dormida. Pero esa vez me dormí como si nada.
Cuando desperté, todavía estaba oscuro
No sabía qué hora era. El reloj está en el living y era demasiado cansador ir a mirar, así que me quedé echada.
Intenté reconectar los fragmentos de mis sueños, pero sin mucho éxito. Y me sentía demasiado descansada como para que volver a dormir fuese una opción. No estaba cansada en lo más mínimo.
Me levanté y me vestí en la oscuridad.
Abrí el cajón del escritorio y saqué un cigarro que había robado de la pieza de mi hermana. Ella es fumadora, así que no me preocupaba que el olor me delatase. Y la abuela nunca sube las escaleras.
Prendí el cigarro y le di una pitada, y luego de unos segundos sentí que toda la sangre de mi cuerpo se diluía. Era como si todo el aire de mi cabeza se hubiera ido. Comencé a sentirme mareada, así que me senté. Las puntas de mis dedos se sintieron heladas.
En ese momento, la música de la presentación de la tarde anterior volvió a mí. Era un musical nuevo, una historia de amor acerca de una heroína llamada Sappo o Sapho o algo así, y todas estaban vueltas locas con la actriz que la representaba. La mayoría de las estudiantes cacareaba acerca de lo hermosa que era, y estaba claro que todas estaban enamoradísimas de ella. Yo me sentía igual, pero mantuve la boca callada. Me afectaba de mala manera: por fin estaba en la edad de comenzar a tener citas, pero lo más emocionante que había vivido en esa área eran par de cartas de amor anónimas.
Durante el entremés fuimos al lobby a comprar dulces. Había muchas parejas ahí paradas juntas. La profesora también estaba ahí, así que nadie se estaba besuqueando ni nada, pero igual era molesto.
Tampoco Maki o Rei tenían a alguien especial, así que las tres comadreamos y comimos galletas juntas. Seguramente parecíamos tres perras de raza.
—Esa actriz es hermosa, ¿eh? ¡Me encantaría estar con alguien como ella!
El área alrededor de los ojos de Rei se había vuelto de un pálido color durazno. ¿Qué te tiene tan caliente y alterada?, dije para mis adentros.
—¿Qué harías si estuvieras con ella? —preguntó Maki.
—Le prepararía un buen almuerzo cada día para que llevara al trabajo.
—Pff, qué ridícula. Nada bueno puede salir de enamorarse así de alguien. Seguro que ella te engañaría. Apuesto a que tiene putillas esperándola por toda la ciudad.
Solo se puede usar ese tipo de lenguaje vulgar entre amigas. Se rumorea que Maki es la mejor usándolo, aunque eso no quiere decir que sea popular. Una vez me mostró una de sus cartas de amor, pero todo lo que había escrito era tan crudo que se la reescribí entera. Al final envió la que había escrito ella, lo cual seguramente tuvo que ver con que le rompieran el corazón de nuevo. La chica más joven por la que estaba caliente se fue con una buena para nada mucho mayor.
Maki estaba determinada a hacerla arrepentirse «volviéndose mala», pero más allá de fumar cigarros (me da algunos de vez en cuando, así que no me quejo), sigue siendo tan impopular como siempre.
Los cigarros son realmente un lujo, y casi nadie los vende. Tienen un sabor terriblemente acre y los paquetes lucen inmundos, pero puedes considerarte afortunada si consigues uno por dos kilos de arroz.
—A la mierda las actrices. Son el enemigo. —Maki se daba ánimos a sí misma.
Pronto sería la graduación, así que todas habían estado de mal humor últimamente. Septiembre significaba el fin de la escuela.
Las chicas del club de estudios cinematográficos habían ido a una proyección secreta hacía poco, y resultó ser un escándalo. Hasta el periódico expuso la historia, y todas terminaron expulsadas.
Vieron una película vieja de antes de la revisión del código penal. Se llamaba American Graffiti o algo así, y no solo actuaban en ella muchos hombres, sino que no los retrataba como las autoridades pensaban que debía hacerlo una película. El mundo era un lugar realmente terrible antes de que fuera como es ahora, pero al parecer no quieren que nadie vea esa película porque representa ese tiempo de una forma atractiva. Aun así no fueron las estudiantes las que sacaron la película del Centro Cultural, por supuesto.
Los hombres todavía aparecen en películas, pero solo como adultos. Y pese a que no muestran nada debajo del cuello, nadie menor de dieciocho años puede verlas.
Para cuando había terminado de fumar sin prisa el preciado cigarro, el mundo afuera de mi ventana había comenzado a hacerse camino hacia el amanecer.
Llevé la silla junto a la ventana y me senté mirando hacia afuera.
Si no había sido una alucinación, siempre existía la posibilidad de que el chico pasara por aquí de nuevo. Esperé con mis codos apoyados sobre el alféizar de la ventana, pero nunca apareció. ¿Sabía que lo había visto? Puede que haya escapado de la Zona de Ocupación, en cuyo caso, ¿no debía advertirle? Una cosa era que yo lo hubiera visto, pero si alguien más lo hacía lo reportaría a la policía, sin duda.
Con un ojo todavía pendiente del camino afuera, volví a mi escritorio.
¿Cómo te llamas? ¿Por qué estás aquí? No le diré a nadie (lo prometo), así que por favor responde. Quiero que seamos amigos.
Escribí esto en un pedazo de papel sacado de mi cuaderno y lo doblé bien doblado, luego lo puse alrededor del cuello de un conejo de cerámica y le agregué un listón para afirmarlo. Había comprado el listón el domingo anterior cuando mi hermana y yo fuimos a la avenida. Era azul oscuro, con lamé dorado. Se sentía un poco como un desperdicio puesto que no llegué a usarlo ni siquiera una vez, pero bueno.
Volví a la ventana con la figura del conejo en mis manos, y continué mi vigilia. ¿Y si no sabía leer? A juzgar por lo que mi hermana ha dicho, no pareciera que haya escuelas o algo parecido en el GUETO.
Eventualmente una figura emergió de los árboles, la misma persona que el día anterior. No parecía tener ninguna prisa, pero había estado evitando llamar la atención, así que quién sabe. Solté el conejo por la ventana para que cayera justo a sus pies, y él miró para arriba. Le sonreí para no ponerlo nervioso, y luego tomé un pañuelo liviano de algodón y lo dejé caer también.
Había bordado el pañuelo yo misma, y me había tomado tres días enteros. Mi hermana odia las manualidades, así que hice que la Abuela me enseñara
El chico (si eso es lo que era) parecía sorprendido al comienzo y miraba con sospecha mi cara sonriente. Su aparente intrepidez me emocionaba.
Tomó el conejo y me dedicó una mirada interrogadora. Asentí y luego me moví de la ventana para no asustarlo. No es que pareciera asustado en lo más mínimo.
Me acosté en la cama y junté los brazos bajo mi cabeza. Me relajé por un rato sin pensar en nada en particular, tiempo en el cual una impresión clara de la persona que había pasado por la ventana se formó en mi cabeza.
Bajé las escaleras y busqué algo de comer, pero en los cajones no había más que pan y comida enlatada. No muchas casas tienen refrigerador. La Abuela dice que en sus días había por todas partes.
¿El mundo ha retrocedido? Siempre que pregunto eso, mi hermana se enoja.
—Ver el mundo a través del lente del progreso es cómo los ríos y los océanos terminan contaminados —dice. Pero no es eso a lo que me refiero. Igual una vez agregó—: El tiempo pasa, el planeta tiene sus muchas historias, y las cosas decaen. No hay vuelta que darle.
Dicen que si vas a Londres o a Nueva York por estos días, es igual que acá. De todos modos es increíblemente difícil dejar el país. Si alguna vez lo lograras, serías una celebridad a donde fueras. Estarías en todos los periódicos (que solamente son distribuidos en escuelas y lugares de trabajo, además de en otras facilidades públicas), y probablemente hasta estarías en la radio. Solo hay dos estaciones de radio, y emiten sus programas de siete a diez en la mañana y de cinco a ocho en la noche. Es mi sueño ver otros países, pero seguro no se cumple nunca.
Descansé mis codos sobre la mesa de la cocina y mastiqué un pedazo de pan que sabía a raíces hervidas. Me hubiera encantado comer algo que realmente supiera bien. Pero nuestra casa se mantiene solo de los ingresos de mi hermana. Puesto que hay una criminal en nuestra familia, no somos elegibles para ayudas públicas. La Abuela hace algunos trabajitos por ahí, pero eso raramente genera algo. Nos las arreglamos gracias a las comidas gratis que dan en la escuela y en el trabajo. Le eché algo de margarina al pan. Las manos del reloj apuntaban las 5:17. La persona había pasado debajo de mi ventana poco después de las cuatro.
Con el pan en la mano, me puse mis sandalias y salí de la casa. Inspeccioné el área debajo de mi ventana; el conejo de cerámica y el pañuelo no estaban. Había aceptado mis regalos. ¡Qué decepcionada hubiera estado si aún estuvieran ahí!
Terminé el pan ahí de pie, a la luz del sol de madrugada.
~
—Yuko, ¿eres sonámbula o algo? ¿Qué haces con tu mochila? No hay clases hoy —me recordó Maki—. Has estado un poco extraña últimamente. ¿Encontraste a alguien especial?
Rei mordía su lápiz.
—Hum, bueno… algo así —respondí vagamente. Habían pasado dos semanas. Me había estado despertando súper temprano todos los días y hacía guardia desde mi ventana al amanecer. Él aparece cada tres días. Todavía no hemos hablado. Solo nos hacemos señas.
—¿Quién es? —Maki levantó las cejas.
—Es un sssecreto —hice una pose insinuante. Suelo fingir así solo cuando no sucede nada realmente, así que ambas perdieron interés de inmediato.
—Rei ha estado escribiéndole cartas a esa actriz cada día, incluso le manda flores. Qué tonta, ¿verdad? —dijo Maki.
—¿Y?
—Y espérate. Le respondió, pero ahora no sabe qué hacer.
Rei continuó mordiendo miserablemente su lápiz
—Le escribía Quiero verte, quiero verte e iba a su casa cada mañana a dejarle la carta, hasta que una mañana se encontraron afuera cuando la actriz volvía a casa de una larga fiesta nocturna. Y le dijo «eres linda» o algo así y le tomó la mano… —Maki se volteó a mirar a Rei, que frunció el ceño—. La verdad es que hizo más que eso, ¿o no? —Maki le hizo cosquillas a Rei en el cuello. Rei se estremeció y le sacó la mano.
—¿Y qué le dijo? —pregunté obedientemente—. ¿Me gustaría verte de nuevo? ¿Algo así? —Ya no pensaba que esa actriz fuese atractiva en lo más mínimo. No lo pensaba desde que la persona misteriosa había aparecido por primera vez fuera de mi ventana. Tenía mi cuota de enamoramiento de actrices y estrellas antes, y siempre esperaba los viajes anuales al teatro. Ahorraba siempre mi dinero, básicamente inexistente, de mucho antes.
—Ese es el asunto. Lo que respondió fue «quiero estar contigo» —dijo Rei sombríamente. Estaba definitivamente contenta.
—¿Como vivir juntas? —Era un tópico tedioso. Pero intenté jugar bien mi parte.
—«Informaré a la oficina», me dijo. «Tendremos una ceremonia, y quiero tener hijas».
—Guau, no te creo.
Cuando llegas a cierta edad, si decides tener hijas tienes que ir al hospital. Incluso si no estás casada, con tal que puedas criarlas. Al parecer te inyectan una medicina o algo así.
—¿No vas a buscar trabajo?
—No estoy hecha para eso —Rei respondió sin vergüenza—. Incluso si no funciona, me buscaré un matrimonio arreglado. —Rei tiene una cara bella y piel pálida, lo que le da una buena razón para estar confiada en que encontrará a alguien que la mantenga. Tiempo atrás, era normal que los hombres trabajaran mientras las mujeres se hacían cargo de los asuntos de la casa, y ese acuerdo en verdad no ha cambiado; lo único nuevo es que la mujer más masculina es la que va a trabajar, mientras que la compañera más femenina se encarga de las diversas tareas del hogar.
Sonó el timbre.
—¿Qué haremos hoy? —le pregunté a Maki.
—Un viaje al GUETO —respondió con cara de disgusto—. Asqueroso, ¿verdad? ¿Por qué alguien querría ir a ver eso? Pero al menos será educativo, así que supongo que no voy a escaparme.
Las mujeres viven con otras mujeres. Lo extraño es que una de ellas siempre se esfuerza en emular lo que nos han dicho que era la masculinidad en los viejos días. Quizá a eso se refiere con «educativo». No es que la noción de masculinidad de un montón de chicas sea demasiado importante.
El bus se detuvo afuera del GUETO, en el final de la ciudad.
—Parece un antiguo coliseo romano, ¿eh? —dijo Maki—. Desde afuera, al menos.
Con sus imponentes muros, el lugar me parecía una fortaleza inexpugnable.
—Sigo esperando que Davy Crockett salga de alguna parte.
—¿Quién es ese? —Rei apenas podía mantener los ojos abiertos.
—De El Álamo —respondí.
—Ah, historia de antes —sonaba totalmente desinteresada.
—Muy bien, chicas, es hora de bajar del bus. Dos filas —gritó la profesora.
Enfilamos por una angosta escalera que llevaba al subsuelo. Risitas ahogadas y conversaciones secretas hacían eco en las paredes de cemento.
—¿Por qué está en el subsuelo?
—Tienen una plantación de vegetales en la superficie.
Entramos a una sala de seguridad donde dos guardias armadas se sentaban lado a lado fumando cigarros. El uniforme gris le venía como anillo al dedo a la de la izquierda, pero la otra tenía pechos enormes y le quedaba raro.
Nuestra profesora mostró el permiso para hacer la excursión por la ventana. Las guardias hicieron un recuento e inspeccionaron rápidamente nuestras caras como si eso pudiera delatar a alguna guerrillera que acechara entre nosotras. Si están tan preocupadas, ¿por qué no dejar de hacer estos viajes de estudio para empezar? Aunque cualquiera que se pierda esta oportunidad probablemente jamás descubriría qué clase de ser es realmente un hombre.
Una de las guardias le quitó el seguro a las puertas de hierro. Las estudiantes nos abarrotamos, parloteando de emoción.
—¿Todavía nacen bebés machos?
—Por supuesto que sí —dijo Maki—. Eres tan ignorante.
—¿Entonces por qué no se ven en la ciudad? Solo se ven niñas bebé en los coches.
—Eso es porque los bebés niño son increíblemente raros. La polución tuvo efectos genéticos, ¿entiendes?
—Sí...
—Además, cuando un bebé niño llega a nacer, se lo llevan de inmediato. Yo creo que cuando nace un bebé así, lo anuncian como si hubiera nacido muerto. Así todos pueden seguir con sus vidas. Pero es como que todo el asunto fuera acallado. O sea, nacer niño es como una deformidad, no tienes más opción que aceptarlo.
Maki de verdad sabe muchas cosas.
Había luces fluorescentes instaladas en el techo del largo túnel subterráneo. El complejo seguramente tenía su propio generador eléctrico. Los tienen en hospitales y en grandes hoteles, después de todo. La facilidad era mucho más grande de lo que había parecido desde fuera.
Al final del túnel había otra sala de seguridad y dos guardias más, además de alguien que parecía una guía, todas parecían tener un aburrimiento fatal.
Una de las guardias se rascaba la cabeza mientras leía un libro, la caspa llovía sobre las páginas abiertas. Una tenue barbilla enfatizaba la línea de su mandíbula, seguramente era el resultado de un desequilibrio hormonal, pero también tenía un torso amplio. Me hacía sentir incómoda. Quién sabe, quizá le habían dado hormonas masculinas en el hospital.
En ese momento no pude evitar sentir algo de repudio al ver mujeres con corte militar, usando pantalones, sus pechos apretados con fajas. Me había sentido así desde el primer encuentro que tuve con el chico al que le dí la coneja de cerámica. Algo en él era refrescante, vigorizante. Ahora ver a esas mujeres que intentaban emular la masculinidad de los viejos tiempos sin saber realmente nada sobre ella, se sentía raro, como que no pudieran respirar. Por fortuna, no hay tantas últimamente. «Esa es una moda vieja. Las cosas son mucho más relajadas ahora. Todas tenemos el mismo sexo, ¿cuál es el punto entonces en intentar mantener una división de género en el trabajo?», estoy muy segura de que Rei dijo algo así.
También había aquí una puerta de hierro. La guardia la abrió y la guía entró.
—Bien, partiremos con la cocina.
El lugar por dentro se veía enorme, quizá incluso más grande por debajo del suelo que el área amurallada de arriba. Se notaba con solo ver el tamaño de los pasillos y las habitaciones. Quién sabe, ¡la parte subterránea podía tener tres o cuatro niveles de profundidad!
A las estudiantes les muestran solo una pequeña parte, supongo.
—Este lugar es como un enorme hospital —nos dijo la guía—. Aquí atendemos a las pobres almas que tuvieron el infortunio de nacer masculinas.
La cocina era cavernaria y estaba vacía. Grandes ollas y cucharones se alineaban en las paredes.
—Es la hora de almuerzo, así que todos están en el comedor.
No había nada interesante que ver. Era como explorar un crucero vacío, aunque lastimosamente mugriento en comparación. Debe haber sido una facilidad vieja, supuse, para estar tan desgastada.
—Aquí es donde duermen. Hay varias habitaciones como esta.
Las camas se ordenaban en filas. En una yacía un hombre con la cara como de rata.
—Oye, tú, ¿qué te pasa?
Un murmullo se esparció entre las estudiantes cuando la guía se dirigió a él, todas susurrándose sus impresiones.
—Me duele el estómago —se quejó el hombre (de edad indeterminada, aunque no había nada joven en él). Entonces, haciendo como que evitaba la mirada, nos dedicó una serie de miradas de soslayo.
—¿Y qué pasó con el otro, el del esguince en el tobillo? —preguntó la guía.
—Ah, ¿B-0372? Fue al comedor con muletas.
¡Ni siquiera tienen nombres!
Eso es porque no son considerados humanos. Es decir, no son humanos. Pero hasta los gatos y los perros tienen nombre… Sin mencionar que las mujeres todavía necesitamos de la cooperación de los hombres para tener niñas.
No sé mucho de esto, pero al parecer los hombres son mantenidos en estas facilidades para sacar de ellos una especie de secreción. Más allá, la verdad no tengo idea.
—¿Como mantener abejas? —le pregunté a Maki, siempre una autoridad en estos asuntos.
—Hum, no, no tan así. Aunque la morfología sexual de nuestra sociedad es quizá similar. Pero en el caso de las abejas solo hay una reina.
—Y nosotras somos todas reinas —se metió Rei, con una risilla.
—Al menos todas tenemos el potencial de serlo —respondí, haciendo alarde de mi escasa sabiduría—. Todo lo que hay que hacer para tener una bebé es ir al hospital. Y las que no quieren, no tienen que hacerlo. Así nos hacemos cargo del problema de la natalidad.
No había nada encantador o interesante en el hombre con cara de rata, y las estudiantes regresaron alegremente a su parloteo ocioso. Pero para mí había sido un gran impacto.
La sensación se quedó conmigo el resto del viaje. El asunto es que los hombres de ahí no se parecían en nada al chico que había pasado por mi casa en esas tempranas mañanas. Ni siquiera parecían de la misma especie. Aunque nunca había intercambiado palabra con el chico, estaba segura de que no era mujer. Pero por mucho que buscara la misma aura en los hombres de ese lugar, no la encontraba en ninguno.
Todos parecían ser igual de apáticos y tímidos, sus expresiones vacías sugerían una baja inteligencia.
Las otras estudiantes se estaban aburriendo y comenzaban a inquietarse. El orden de la fila comenzó a derrumbarse, y todas tonteaban alrededor.
—¡Silencio, todas, silencio!
Nuestra profesora sudaba balas, pero la guía estaba radiante.
—Qué agradable es estar en la presencia de tantas mujeres jóvenes por primera vez en lo que parece una eternidad. Son todas ustedes tan maravillosamente vivaces. Trabajar aquí no es muy gratificante, ¿saben? No importa lo que hagamos por ellos, no obtenemos gratitud, y cuando alguien llega a decir gracias, no lo dice de verdad.
Espera. Eso no está bien. Estoy bastante segura de que si me encerraran en un lugar así para toda la vida y no me dejaran salir nunca, también terminaría siendo apática.
Después, cuando el paseo iba a terminar y estábamos por irnos, pasó algo.
La hora de almuerzo había terminado para cuando estábamos pasando por el comedor y no había señal de que nadie estuviera ahí, pero de pronto un hombre apareció de la nada y puso sus brazos alrededor de una estudiante. Ella chilló, y nuestra profesora y la guía tomaron al hombre y se lo quitaron de encima de inmediato.
La guía comenzó a reprender al hombre y apretó un botón de emergencia. Tres guardias entraron corriendo y lo detuvieron.
La estudiante se quedó ahí estupefacta, pero no se desmayó ni nada por el estilo.
—Mis disculpas, jovencita, me alegro de que esté bien. Esta no es la primera vez que ese hombre hace algo así. No tiene ninguna enfermedad mental, pero claramente algo tiene malo. Aunque es la primera vez que ataca a una estudiante… Cuántas veces tendrá que hacer cosas así antes de estar satisfecho, me pregunto.
Tal vez decidiendo que era inapropiado decir algo más, la guía lo dejó así y se fue.
—Son muy peligrosos —remarcó nuestra profesora.
Juro por mi vida que no pude entender por qué había pensado eso. Pero, más importante, no pude entender por qué el hombre había atacado a una estudiante. Si le guardaba rencor al mundo fuera del GUETO, una pensaría que usaría un arma, una navaja o un cuchillo de carnicero o algo así. No podía entender qué lo había motivado a atacarla, enredar sus brazos alrededor de ella como había hecho.
Quizá nuestra profesora tampoco sabía.
En el bus de vuelta, todas las estudiantes decían «eso no es lo que esperaba» y así. Ahora en la escuela es muy popular un manga de antes. Casi todas las películas y los libros de antes están prohibidos, pero el que solía conocerse como shoujo todavía se permite. Los hombres que aparecen ahí son bastante jóvenes casi siempre, y todos son extremadamente encantadores. Muchas de las chicas que imitan a los hombres hoy en día usan a esos personajes como punto de referencia. Están convencidas de que así son los hombres.
Las heroínas de estas historias por lo general se enamoran de tipos delgados. Hombres grandes y gordos aparecen a veces, pero solo como salida cómica; jamás son los protagonistas. Los que interesan amorosamente tienen brazos y piernas largos y delgados y facciones delicadas, y son desprendidos o dulces o ingenuos. Nunca ves hombre apasionados en los manga. Según Rei, las actrices que se hacen súper famosas por su masculinidad son todas «extremadamente apasionadas».
En fin, era porque todas estas chicas de escuela estaban leyendo mangas de antes que todas quedaran decepcionadas por los hombres que vieron en el paseo.
—Me pusieron nerviosa. —Esta era Rei.
—Ninguno de ellos era atractivo en lo más mínimo. ¡Ninguno tenía manos blancas ni dedos largos ni nada!
Todas esperaban hombres hermosos.
—Era como un zoológico.
—No tanto, pero sí que era como si fueran de otra especie o algo así.
—¿Por qué entonces la gente se casaba con hombres antes?
—¿Quizá los hombres de antes eran como los del manga?
—Han ido decayendo, de eso no hay duda.
—O quizá el manga de antes era pura fantasía. Quizá los hombres de verdad no eran así para nada, quizá eran más fuertes. Eso es lo que me dijo mi tía abuela, en todo caso, y ella vivió con un hombre. Dijo que la mayoría de los hombres solía ser mucho más de confianza que los que aparecen en los manga para chicas.
—Ya, pero, ¿notaste el olor? Apestaba tanto que pensé que iba a desmayarme.
—Sí, olían horrible, casi vomito.
—El camarín del club de vóleibol huele igual.
—No, no es así.
Todas estaban muy aceleradas.
Pero yo estaba a kilómetros de distancia, perdida en mis propios pensamientos.
Al amanecer me senté junto a la ventana.
Se me había vuelto un hábito esperar ahí, terminara él apareciendo o no.
Hoy era el día… iba a decir algo. Estaba determinada a hacerme amiga de él. Por supuesto había decidido no ir a la escuela. No podía dejar que la Abuela o Asako se enteraran, así que le pedí a Maki que entregara mi mensaje.
—¿Y por qué no vienes?
—He decidido volverme una delincuente juvenil.
Maki soltó una extraña risa y aceptó la misión. No tenía dudas de que lograría hacerlo.
El chico apareció alrededor de la misma hora de siempre. Imitó el canto de un pájaro debajo de mi ventana, de manera que mi hermana no sospechara nada. En todo caso, ella siempre decía que no podía dormir, y al final consiguió unas pastillas para dormir ilícitas de una amiga farmacéutica que tiene, así que seguramente no pasaba nada. Y Abuela es convenientemente mala del oído.
Escribí «Voy bajando, espérame» en un pedazo de papel y se lo lancé. Leyó la nota, la puso en su bolsillo y me levantó el pulgar.
Me escabullí por las escaleras, agarrada a la gran mochila que siempre llevaba conmigo. Los peldaños crujían con cada pisada.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté al chico, que me esperaba en silencio—. Eres un hombre, ¿verdad?
Bajé y me paré a su lado. Era mucho más alto que yo, de lo que no me había podido dar cuenta cuando lo miraba desde arriba en el segundo piso.
—Ajá.
—Entonces, ¿cómo es que puedes pasearte por aquí? Los hombres se supone que están en la Zona de Ocupación, ¿o no?
—¡Shh! —Puso un dedo sobre sus labios.
Caminaba rápidamente, y me costaba seguirle el paso.
No tuvimos que caminar mucho antes de que las casas comenzaran a desaparecer, dando paso a campos y a ruinas de viejas fábricas. Parecía guiarnos lejos de los lugares donde podríamos encontrarnos con alguien.
—¿Quieres venir a mi casa? —preguntó cuando caminábamos junto al muro de una planta de automóviles que había cerrado hace mucho, mucho tiempo. Yo asentí. No sé por qué, pero de pronto me sentí llena de alegría.
—No puedes hablarle a nadie sobre ella. —Pese a esta advertencia, estaba claro que había confiado en mí desde el principio—. No tengo un hogar propio, así que tomo prestado este lugar.
Entró agachado en la planta de automóviles a través de una ruptura en la pared. Algo alejado del edificio principal había una pequeña choza, como la caseta de un cuidador de escuelas o la oficina de un conserje. Se dirigió a ella.
—Casi nunca salgo. Por eso fue un gran golpe de suerte conocerte. A veces quiero salir vestido de chico con tantas ganas que no lo puedo evitar, pero lo hago quizá solo una vez al mes, y siempre en medio de la noche.
—¿Una vez al mes? —repetí. Él le puso seguro a la puerta desde dentro. Estaba oscuro. Había ventanas en dos de las paredes, pero las persianas estaban cerradas.
—Sí. Pero después de que me diste ese conejo, comencé a sentir como que me daban ganas de verte de nuevo. Así que salí de todos modos, una y otra vez. Aunque fuese riesgoso. Tengo suerte de que nunca me atraparan. Me pone nervioso ahora solo pensar en eso.
Parecía haber dos habitaciones. Se sacó los zapatos y los recogió. Yo hice lo mismo.
—No tienes que hacerlo. —Rio—. Estos zapatos pertenecían a mi padre. Todavía me quedan un poco grandes.
—¿Pa-dre?
—Así se les dice a las madres hombres.
—Espera, ¿puede un hombre ser padre? —Me había tomado por sorpresa y estaba incluso algo horrorizada, así que mi voz salió un poco idiota. ¿Eso significaba que estar involucrado en la reproducción era todo lo que se necesitaba para ser padre?
—Ajá. Tú misma debes tener un padre —dijo con calma.
—De ningún modo. Ni siquiera tengo madre.
—Pero solías tener, ¿verdad? —Hiro se reía.
De pronto quise que supiera todo sobre mí, así que comencé a balbucear sobre mi familia, la escuela y cosas así.
—¿Y con tu «hermana» tienen lazos de sangre?
Estaba sorprendida por lo perceptiva que era la pregunta de Hiro. Mi madre había vivido con mi abuela, sin haberse casado, pero había adoptado una niña. Mi hermana. A mí me parió por sí misma.
—Lo sabía. No puedes esconder algo así. O sea, vamos, dos mujeres no pueden hacer un bebé, no importa qué tanto vivan juntas.
—Obvio. Los hacen en el hospital.
—Pero si un hombre y una mujer viven juntos, pueden hacer uno naturalmente.
Lo cual es precisamente por qué los hombres tienen que estar encerrados en el GUETO. Si les permitieran rondar libres, la radiación o lo que sea que emitan haría que todas las mujeres alrededor quedaran embarazadas.
Cuando dije esto en voz alta, sin embargo, se rio de mí.
—Es la cosa más tonta que he oído. —Hiro había estado riéndose prácticamente todo el tiempo.
—¿Por qué te ríes?
—Porque estar contigo es divertido.
—¿Por qué vives en un lugar así?
—Porque escapé de casa, obviamente.
—¿Dónde está tu madre?
—Vive cerca de aquí. No muy lejos de tu casa, de hecho. Cuando salgo durante el día, uso ropa de chica, es más seguro así. Pero no soporto las faldas. Aunque cuando era pequeño no me molestaba vestirme como niña para nada.
Hiro dijo que no sabía dónde lo había encontrado, pero que su madre había estado viviendo con un hombre. Al parecer se había estado escondiendo en el ático para que nadie se diera cuenta. Era una casa grande en las afueras de la ciudad y las vecinas estaban bastante lejos, así que él salía a caminar al jardín de noche. Hasta que un invierno murió de alguna enfermedad. Naturalmente, no pudieron llevarlo a la médica.
Cuando quedó embarazada, su madre le pidió a una amiga que trabajaba en el hospital que le falsificara un permiso. Unos años después la otra mujer había usado el favor para chantajearla.
—En tu caso, seguramente no pudieron arreglar un permiso como ese. Échale un vistazo al lugar de nacimiento en tu registro familiar. Te apuesto a que dice la dirección del centro de detención donde tienen ahora a tu madre.
Me había abierto con él incluso con eso. Pero como él también se había abierto, como también era vulnerable, no me preocupé
Cuando comenzó a acercarse el mediodía, Hiro sacó un poco de pan y jugo. Al parecer su madre le traía comida a veces, y otras veces él salía e iba a comprar vestido como niña.
Cuando habíamos terminado, saqué un cigarro de mi mochila. Me dijo que nunca había fumado, y le mostré cómo. Le hizo sentir mareado, supongo, porque se cayó para atrás. No se estaba levantando, así que eventualmente me acerqué y miré su rostro. De pronto me abrazó, me volteó y me inmovilizó como si estuviéramos luchando. Al principio pensé que solo estaba jugando. Pero no lo estaba. En lo más mínimo. Hiro no estaba para nada bromeando.
Me pasé el resto de ese día aprendiendo la verdad inesperada y terrible de la vida humana. Aprendiéndola con mi cuerpo.
Cuando llegué a casa esa noche, poco después de las siete, mi hermana ya estaba ahí.
—Llegas muy tarde.
Sin decir nada, comencé a subir las escaleras.
—¿Y la cena?
—Comí donde mi amiga.
Fui a mi habitación y colapsé sobre la cama.
—Hay algo que anda mal con esta sociedad. ¿Mujeres y mujeres? ¿Qué clase de mundo es este?
Hiro había dicho esto mientras yo volvía a casa. Fue duro, pero también tierno a su manera. Dijo que tenía que ser nuestro secreto, pero eso era obvio. También dijo que lo que hicimos era natural. Quizá, ¡pero qué cosa más espantosa!
Hundí mis codos sobre el escritorio y me quedé pegada. Entonces fumé uno de mis preciados cigarros.
Asako entró sin avisar.
—He estado golpeando un rato, ¿por qué no respondes? ¿Y de dónde sacaste eso? Ajá, así que ahora eres una pequeña ladronzuela.
—¿Qué quieres? —respondí finalmente, con el ceño fruncido.
—La abuela te llama.
Me paré letárgicamente.
¿Por qué la abuela me estaría llamando a esta hora?
—¿No puedes decirle que no me siento bien?
—No, no puedo —declaró mi hermana severamente. ¿Cómo podía ser tan segura de sí misma? Había cosas en esta vida de las que ella no tenía idea. Pero es precisamente porque no saben acerca de la cosa espantosa que la gente ignorante puede sentirse tan confiada. Pero esa mirada brillante que tenía aún me hacía sentir pequeña.
—¿Qué te pasa? Pareces ida.
—Nada, estoy bien.
Jamás podría imaginarse lo que había hecho. No tenía el conocimiento ni la experiencia. De hecho, Asako seguramente viviría el resto de su vida sin jamás experimentar esa cosa espantosa y escalofriante por sí misma. Y tenía suerte. Jamás podría decirle a nadie la impensable verdad que había aprendido esa tarde.
La abuela estaba sentada en una enorme silla, comiendo dulces. Su falda era inmoderadamente corta. Tan corta que cuando abrí la puerta, por un segundo pensé que ni siquiera llevaba una.
—Estuve revisando mi clóset, y encontré ropa que usaba cuando era joven. ¿Qué te parece? Divertida, ¿eh?
¿Se estaba quedando senil acaso? Negué con la cabeza.
—Ay, qué pesada, si es divertido.
—No, no lo es.
Ninguna de las dos habló por un rato. Yo estaba junto a la pared, mirando mis pies empantuflados.
—Lamento decir que no soy tan dura de oído —finalmente dijo la abuela—. Escuché un pajarito extraño esta mañana, y se llevó a mi nieta con él.
Debía saberlo todo.
—Asako es diferente, pero tú eres igualita a tu madre. Pero mejor deja eso. De todos modos ese hombre ya no está ahí.
De pronto recordé algo que me había dicho Hiro y me vencieron las lágrimas.
Esto es lo que dijo: «Los humanos son animales, nos emparejamos para procrear. Y dos mujeres no pueden hacer eso, tiene que ser un hombre y una mujer. Tú y yo, por ejemplo, los dos, viviendo nuestra vida juntos. Confiando el uno en el otro. Creo que mi madre era feliz. Y mi padre también, por supuesto.
—¿Qué fue lo que hizo mi madre?
Le pregunté a mi abuela la única pregunta que nunca debía hacer. Nunca la había puesto antes en palabras. Estaba segura de que la respuesta de alguna forma estaba conectada con lo que había dicho Hiro.
—Más o menos lo mismo que tú hiciste. Y por eso me quitaron a mi hija. Esa vez lo acepté porque era lo que ella quería, e incluso la ayudé, pero no esta vez. No contigo, no a esta edad. Pero ahora estás a salvo. Me encargué de ello. Espero que ese hombre ya esté en la Zona de Ocupación Terminal. Tu hermana no sabe nada de esto, y no necesita saberlo, así que que se quede entre nosotras.
Asentí
—Muy bien, entonces, te mostraré algo cool. Abre esa caja en el lado derecho del ropero y mira qué hay adentro. Maldición, ya una no puede ni escuchar canciones al aire libre.
La abuela cerró la ventana y puso un disco. Era algo totalmente inesperado; no tenía idea de que teníamos un objeto tan lujoso como un tocadiscos en nuestra casa.
Nos quedamos ahí sentadas hasta las ocho, escuchando a los Rolling Stones, los Blues Project y los Golden Cups.
—Y al final, ¿qué es? —pregunté, pensando en todo lo que había pasado.
—Una fantasía adolescente. Pero ya terminó —respondió mi abuela con un tono condescendiente.
Cuando volví a mi pieza, noté que mi angustia había pasado casi enteramente por completo. Mujeres y mujeres. Como tiene que ser. Pero ahora que sé sobre esa cosa, sé que pensaré en ella seguido. Por los próximos diez años. Veinte incluso. Pobre Hiro, además, encerrado en el GUETO, vuelto apático y débil de mente… quizá olvide todo. Saqué mi diario. Ya no me importaba, escribiría la verdad acerca de lo que había pasado ese día.
Y aun así… dejo el lápiz antes de terminar. Ahora que sé acerca de esa cosa, ¿cómo podré ser feliz alguna vez? Dudar de este mundo es un crimen. Todas, pero absolutamente todas creen implícitamente en este mundo, en esta realidad. Yo y solo yo (bueno, quizá exagero) sé el gran secreto de esta existencia, y tendré que vivir el resto de mi vida guardándolo a toda costa.
Ahora mismo, no tengo intenciones de sacrificar mi vida por algún movimiento oculto de resistencia. Pero quién sabe, quizá sí me interese algún día.
Temblando, vuelvo a mi diario.
Algún día, de seguro algún día… algo pasará. Todavía temblando, termino la entrada.
gracias por traducirlo! es mi historia favorita de terminal boredom